Tomar la pluma para acceder a la responsabilidad de comunicar o transmitir ideas, pensamientos, que nacen del espíritu y se nutren de la propia vida, de los manantiales que ofrecen otros seres, de los misterios hondos del conocimiento que no concluye nunca, es por cierto un quehacer complejo.

En esa antesala del discurso solitario que no es asistido por un diálogo como espejo de la respuesta de otro ser, nos preguntamos ¿por qué queremos hacerlo? y ¿por qué en definitiva lo hacemos? ¿Por qué el escritor decide traducir su alma y su intelecto en signos ordenados en un papel, que por sí solos no vibran con el sonido de la palabra hablada, sino que penetran despacio, en el silencio interno del generoso lector, conjugando con aquel una relación única y trascendente? El escritor aporta y regala su aventura de pensar, sentir y comunicar. El lector la enriquece con su propia aventura en una relación invisible que no retorna necesariamente al que usa la pluma, pero que nutre su sentido por la sola circunstancia de actuar otra inteligencia, otra alma, otra emoción y cuyo resultado quizás maraville otros escenarios distintos o ajenos, extendiéndose en un plano comunitario y gravitando en el contexto social.

¿Porqué se mueve la pluma? Tal vez porque necesitamos al ser esencialmente social, porque somos con uno mismo y con otros, porque la alteridad es de nuestra naturaleza a partir del nacimiento de la conciencia humana o desde antes o desde siempre. La naturaleza, piensa, conoce y siente por sí misma. Esta es la respuesta hablemos o escribamos o manifestemos el lenguaje simbólico como una actividad natural.

Pretendo en estas páginas acercarme cada vez más a mi igual, a mí par, a mí necesidad propia que eres tú o aquél, a mi espejo natural: la persona humana.

Soy solo capaz de mirarte o mirarlo y sorprenderme de otro gesto humano, de otra actitud, de otra ideología surgida de otro pensamiento, de otro ser, pero no quiero ser capaz en ninguna instancia de acceder a un juicio definitorio de lo que veo, o de una determinación de lo que en definitiva quisiera que el otro fuera, porque aprehendo sin embargo claramente la libertad de ser y del ser, de la figura humana y la detecto cuando también la descubro dentro de mí naturaleza.

Te conozco porque me conozco, pero sin embargo difiero de ti, me identifico en la dignidad común a ambos y en la libertad inherente y por ello somos distintos e irrepetibles necesariamente.

Me asombra y me alegra que la persona humana extendida maravillosamente por el planeta conforme la diversidad y la multiplicidad de caracteres físicos, intelectuales o espirituales determine por esa misma circunstancia una abundancia de perspectivas de todo orden, que producen o pudieran producir como consecuencia y a través de los tiempos pasados, presentes y futuros una infinitud de resultados, un arcoiris espiritual que divide etapas, ciclos o eras marcando históricamente a la HUMANIDAD.

Tampoco me permito, calificaciones o clasificaciones cerradas sino la amplitud y la apertura esencial a un plano de evolución y de desarrollo universal, que demuestre quizás en siglos, milenios o miles de milenios las proezas inimaginables a que se arribará seguramente y siempre que no ocurran imponderables propios o externos a nosotros como las verdades del cosmos que no podemos manejar.

La autora nació en la Ciudad de Buenos Aires, República Argentina.